Este texto es una traducción del artículo Le numérique, le revenu universel et l’espace-temps publicado el 26 de enero de 2017 en el blog del investigador en ciencias de la información y comunicación Olivier Ertzscheid. Fue redactado durante la campaña para la elección primaria del partido socialista francés, cuyo objetivo es designar su candidato para la elección presidencial de 2017, entre Benoit Hamon y Manuel Valls. En esta campaña, uno de los temas más debatidos fue la automatización del trabajo, incluyendo los impuestos que deberían pagar los robots (¡sí!) y la renta básica universal que corresponde a un monto mensual asegurado para todos los ciudadanos. Quizás sea por la originalidad de los mismos, que hasta Edward Snowden se interesó en los debates de esta campaña. A través de este extenso artículo, Ertzschied expone la idea que la «revolución digital» difiere de las anteriores revoluciones tecnológicas en la modificación profunda del espacio y del tiempo social que implica.
Traducción el 26 de enero de 2017 por Sylvain Lesage. Publicado bajo la licencia CC BY-NC-SA.
En el debate que opone Benoit Hamon a Manuel Valls, se habla mucho de la ahora famosa «renta básica universal» (una utopía necesaria [fr]), y de manera más general del impacto de lo digital sobre el empleo, con una primera hipótesis según la cual destruirá muchos empleos. El debate se enfoca en dos puntos.
Primero, la famosa «destrucción creativa» de Schumpeter, según la cual una serie de destrucciones solo son el preámbulo a una serie de creaciones. Algunos economistas indican que seguirá aplicándose, otros dicen que ya es caduca o que en todo caso su escala será deficitaria (habrá mucho menos empleos creados que empleos destruidos por lo digital).
El otro punto de fricción está entorno al horizonte temporal de estas destrucciones de empleo (en 5 años, en 10 años, en 20 años), al volumen en cuestión (10%, 30%, 40%), y al tipo de empleos más vulnerables. Los estudios científicos generalmente concuerdan en un tiempo de 10 a 15 años, un volumen de por lo menos 20% y el hecho que todos los empleos serán impactados, es decir no solamente los empleos poco calificados pero igualmente los empleos de cuadros y profesiones intermedias, el sector de los servicios a la persona, las profesiones intelectuales considerados hasta ahora como «de alto valor agregado». Esta destrucción de empleos será causada por lo menos por dos factores tecnológicos concordantes: impulso de la inteligencia artificial por una parte, que amenaza directamente los empleos que requieren mucha calificación, y de la robótica por otra parte, que amenaza más el sector de los servicios.
Último punto (negro), la famosa «überización» (prefiero el término de «Digital Labor» [NdT: ver los trabajos del sociólogo Antonio Casilli]) que acompaña el impulso de la inteligencia artificial y de la robótica para introducir una última variable en la ecuación, la modificación estructural de nuestra relación al empleo (más que al trabajo), que igualmente se puede analizar a través de dos ejes: una «sumisión» a los nuevos maestros que son los algoritmos (el humano trabaja «para» la máquina, o el humano efectúa tareas triviales de bajo valor agregado que la máquina no sabe realizar, como el reconocimiento de imágenes por ejemplo), y un inédito y sistemático fraccionamiento de nuestras «jornadas de trabajo», que derivan inexorablemente hacia una sucesión de «tareas» más o menos diversas y bien pagadas, generalmente fuera de todo marco de protección social.
Todos los reportes y análisis de los economistas, organismos, asociaciones, universitarios que trabajaron sobre el tema, destacan dos puntos esenciales: una nueva «desclasificación» de una parte de las clases medias y la emergencia de un nuevo sub-proletariado tecnológico. Es probablemente por estas razones que este debate solo existe en la izquierda y esta totalmente ausente del campo político de la derecha.
Para resumir, la controversia se construye de la siguiente forma: ¿la destrucción de empleos ligada a lo digital será suficientemente rápida y significativa para que valga la pena reflexionar sobre un plan B (¿la renta básica universal por ejemplo?) ¿O nada cambiará significativamente de acuerdo con la teoría de «Schumpeter»? Luego de escuchar y leer las crónicas de eminentes economistas sobre este tema, tengo que confesar que estoy un poco desesperado. No es que quiera aventurarme en el terreno económico, no soy economista, cada uno su especialidad. La controversia en economía es, más que en otros campos de estudios, consubstancial a este campo disciplinario que no es ni enteramente una ciencia humana o social, ni menos una ciencia exacta.
Entonces: ¿Por qué estoy desesperado?
Porque me parece que existe un punto ciego en los análisis que nos proponen. Estamos probando de analizar y comprender la «revolución digital» con el prisma de las «revoluciones tecnológicas» precedentes, como la industrialización, el Taylorismo, el Fordismo, etc.
Si solo utilizamos este prisma, algunos análisis funcionan. Lo digital es un vector de automatización, y entonces de reemplazo por las máquinas o los algoritmos en una lógica de subsidiaridad, es decir, de reservar al escalón superior (el trabajo humano) únicamente lo que el escalón inferior (las máquinas y los algoritmos) no podría realizar con la misma eficiencia. En esta misma perspectiva, es evidente también que algunas destrucciones de empleo estarían compensadas por nuevos empleos (la vieja idea que más robots implica más personas capaces de reparar o construirlos). Pero a mi parecer, este prisma impide pensar un punto esencial.
Porque lo digital no es una revolución tecnológica
No: la revolución digital no es una revolución tecnológica clásica, porque no es únicamente, ni en su esencia, una revolución tecnológica. Las diferentes revoluciones tecnológicas, desde los primeros telares hasta el Fordismo, solo habían operado por subsidiaridad y por reemplazo, sin modificar nuestra relación al tiempo y al espacio social, o modificándolos de manera marginal. Por ejemplo, para el espacio social, agruparon los obreros en unas torres, en las primeras viviendas sociales, modificando el espacio urbano. En cuanto al tiempo, el trabajo en cadena ha reorganizado la «jornada de trabajo» imponiendo un ritmo (volveré al tema más tarde).
Todos los economistas y analistas que escucho parecen incapaces de pensar lo digital de otra forma que como una «revolución tecnológica» (hasta como una «tecnología») más. Por lo tanto consideran que si la revolución tecnológica modifica nuestra relación al tiempo y al espacio, se trata de modificaciones al margen, como para las revoluciones anteriores. A mi criterio es un error fundamental, porque si existen tecnologías digitales que se pueden analizar a la luz de la historia de otras tecnologías que las precedieron, lo digital es ante todo un ambiente. Significa que lo que cambia, de manera muy significativa y radical (para no escribir disruptiva) es nuestra relación al tiempo y al espacio social.
Empecemos por el espacio social
Las revoluciones tecnológicas anteriores eran revoluciones «localizadas», ubicadas en una cuenca de empleo, esta misma ubicada a proximidad de recursos naturales o de infraestructuras ad hoc. Es por esta hiperlocalización de las revoluciones anteriores que justamente ahora, toda la tensión social de hoy en día viene del efecto de las de-localizaciones [NdT: se refiere al traslado de fábricas a países con condiciones salariales más bajas]. Al contrario, lo digital es una revolución «ambiente», paradójica ya que amplía el mapa a la escala del territorio y crea falsos efectos de proximidad.
En las revoluciones anteriores, «localizadas», se construían viviendas obreras alrededor de los sitios de producción que constituían la atracción principal de la reorganización del espacio social. Por su lado, la revolución digital es una revolución «periférica» en la cual cada uno de nosotros se vuelve su propio sitio de producción, llevando a nuevas formas de servicios que ocultan a menudo lógicas de explotación. Podemos citar por ejemplo el servicio Flex de Amazon para eliminar los costos de entrega a domicilio [en]: ya no se trata de acercarnos o ubicarnos a proximidad de nuestro lugar de trabajo, sino de hacer de cualquier transporte, de cualquier itinerario, un trayecto de trabajo, una trayectoria empleable.
De esta forma se modifica la relación al espacio, que es ante todo un espacio social, que solo nos permite hacer sociedad si logramos captarlo, observarlo, representarlo en un mapa en el cual nos podamos proyectar, que controlemos y del cual podamos disponer. Pero lo digital inaugura un espacio hecho solamente de proximidades en movimiento y generalmente falsificadas, un espacio social en el cual es todavía más difícil proyectarse a medida que la omnipresencia de la geolocalización parece volver esta proyección inútil, un espacio paradójico donde el mapa está a la escala del territorio, donde cada posicionamiento geográfico y cada trayectoria espacial es ahora el objeto de todas las especulaciones en cuanto a un posible trabajo, regido automáticamente por los diversos algoritmos de afectación.
Pasemos ahora al tiempo
Lo mismo ocurre con nuestra relación al tiempo. Las antiguas revoluciones tecnológicas también la habían modificado, pero de manera marginal. Considerándolo únicamente como una tecnología, lo digital, como todas las revoluciones que lo precedieron, conlleva sus propios ritmos, tan infernales como los anteriores. Ayer el jefe calibraba la maquina para imponer un ritmo a todos los obreros que trabajaban en cadena, hoy las notificaciones de nuestras terminales conectadas, entre otras, se han transformado en inéditos ritmos cognitivos [fr].
Pero lo más importante es que el punto común de las otras revoluciones tecnológicas era siempre haberse estructurado entorno a un dualismo fundamental compuesto por el tiempo de trabajo y el tiempo de reposo. Estos diferentes tiempos de nuestra vida social eran, y siguen siendo, muy «localizados»: la semana empieza por un tiempo de trabajo, y el fin de semana es un tiempo de reposo. La jornada empieza por un tiempo de trabajo y termina por un tiempo de reposo. Naturalmente estos tiempos evolucionaron según las revoluciones tecnológicas y los progresos sociales que hicieron aparecer luego de duras luchas (las vacaciones, el número de horas semanales) pero hasta ahora, el tiempo de trabajo nunca había sido un tiempo de reposo, y el tiempo de reposo nunca fue una ocasión para trabajar. Sin embargo, lo digital, como ambiente y no como tecnología, hace volar este marco en pedazos: el tiempo de trabajo y el tiempo de reposo son ahora porosos, se sobreponen en vez de oponerse. Cambia todo.
Lo digital impone una nueva protección del tiempo y del espacio social
Porque la revolución digital no es únicamente ni en su esencia una revolución tecnológica, porque lo digital es ante todo un ambiente que modifica de manera profunda y estructural nuestra relación al tiempo y al espacio social.
Por eso se vuelve urgente inventar un nuevo marco de análisis que permita precisamente razonar no en términos de economía schumpeteriana, aún discutiendo su legitimidad, sino reinventando y asegurando nuevos modos de protección social. No una protección social que remplazaría la «seguridad social» o se volvería uno de sus pilares, sino una protección del tiempo social y del espacio que nos permite hacer sociedad, y que lo digital como ambiente habrá definitivamente cambiado en menos de diez años (ya estamos viviendo las primicias).
La renta básica universal es uno de estos nuevos marcos de análisis. Probablemente no es el único pero es el único que sea suficientemente teorizado y ya experimentado a diferentes escalas y en diferentes territorios [fr] para que no cometamos el funesto error de no realizar nuestra propia experimentación, y para que lo convirtamos de inmediato en un proyecto político. Del otro lado, la Silicon Valley y la ideología libertariana se están apropiando la idea de la renta básica universal, como lo demostraba de manera admirable Evgeny Morozov en este artículo de febrero de 2016 [en]:
¿Por qué tanto entusiasmo? Primero existe la vieja alergia libertariana al estado de bienestar, un espectro que la renta básica universal, combinada a un desmantelamiento total de los servicios públicos, podría definitivamente reducir a nada.
Luego, la automatización creciente de la industria amenaza con multiplicar el número de desempleados: la entrega a todos de una pequeña renta garantizada y que sin condiciones permitiría alejar la posibilidad de un levantamiento popular neo-ludita. Para la Silicon Valley, cada uno tiene que iniciarse a la programación informática, satisfacerse de las migas de la renta básica universal y solo perseguir un sueño: encontrar un aventurero del capital-riesgo.
Un tercer cálculo podría explicar esta moda súbita: la naturaleza precaria de los empleos se podría soportar mejor si los empleados dispusieran por otra parte de unos recursos estables. Manejar un auto para Uber sería entonces considerado como un pasatiempo, mejorado por un pequeño beneficio material. Un poco como la pesca, pero más social.
Por todas estas razones, la renta básica universal se entiende a menudo como un caballo de Troya al servicio de las empresas high-tech que se buscan una imagen altruista (el policía bueno, por oposición al policía malo de Wall Street) para facilitar la eliminación de los últimos obstáculos en la vía hacia su hegemonía. Adiós, viejos conceptos del Estado social; adiós, regulaciones que protegían todavía un poco los derechos de los trabajadores; adiós, cuestionamientos sobre la propiedad de los datos personales extirpados a los internautas, como sobre las infraestructuras que los engendran.
Existe una otra razón subyacente al nuevo capricho de la Silicon Valley, sin embargo: entendieron que si no logran definir los términos del debate sobre la renta básica universal, el público podría darse cuenta que el principal obstáculo a la materialización de esta utopía no es otro que la Silicon Valley misma.
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